Hola soy Yessenia, en esta oportunidad quisiera contarte la
aventura de mi vocación. Primero déjame dar gracias a aquel Dios rico en amor
que se fijo en mí, que no soy más que un instrumento vil.
La vocación es un misterio de amor, desde pequeña me sentía
inclinada a ser religiosa, quizá por estar rodeada de religiosas, lo que transmitían era alegría, solo eso me impacto,
el querer ser como ellas, la verdad no me preocupaba porque sabía que eran
cosas de niñas y cuando creciera lo iba a olvidar, efectivamente sin duda
alguna paso. Solo me importaba estudiar, divertirme, ser feliz, como cualquier
otra chica lo hubiese pensado, siempre estuve metida en grupos de la parroquia,
pero iba porque me la pasaba bien, era un pretexto más para salir de casa, todavía
no descubría que Dios estaba tejiendo mi vida silenciosamente.
Tuve una temporada en la que llegue a actuar como la moneda
por llamarlo así, a dos caras: frente a
mis amigos del Cole o del barrio, era solo salidas, fiestas… que me llevo a ser
locuras de adolescentes, creía tener yo la razón, sin embargo en la parroquia era distinta. Yo pensaba y aseguraba
que era feliz, que equivocada estaba, pues eran días grises, pero allí estaba
Dios, sus planes para con sus criaturas son perfectos, y por su infinita
ternura ya se había fijado en mí desde el vientre de mi madre y yo estaba ciega
o quizá sorda, no lo entendía…
Era el día de Pentecostés, en la parroquia se había
preparado una vigilia especial para los jóvenes que dentro de poco recibirían
la confirmación, yo era una de ellos, recuerdo que esa misma noche había
planes, ¡todo al agua! Tenía que asistir de lo contario no me confirmaba, fui por compromiso no quería defraudar a mis
padres y mucho menos a mi catequista, sin embargo algo había dentro de mí que andaba
rondando. Al principio estaba fastidiada, aburrida, hubiera preferido
estar en otro lado, pero Dios lo quiso así, se valió de un Diácono (ahora
sacerdote), sus palabras calaron en mí. Éramos doscientos chicos, pero lo cierto es que solo existía yo en ese momento. Mi corta vida que llevaba estaba llena de miserias; pasaban las horas y ese encuentro se hacía más intenso, de repente
empezó a dar vueltas la pregunta ¿Por qué no ser de él? Y por otro lado ¿mi
familia, mis amigos? Con la frase evangélica “la mies es abundante, los
trabajadores pocos”, quería gritar y salir corriendo a ver a tantos amigos míos
que estaban fuera a que vivieran lo que yo estaba experimentando, pasando un
tiempo lo hice pero fue inútil, fui tomada como “bicho raro”
Lo veía difícil, estaba confundida, salí como quien se dice con una espina dentro, que me tenía inquieta. Empecé a hablarlo con una hermana y me ayudo mucho a ver si Dios me quería para sí, lo estuve pensando varios meses no lograba entender, que era lo que Dios quería de mí, ¿y dónde?
Los caminos de Dios no son nuestros caminos, conocí a la hermanas Celadoras en una gira vocacional, ¡qué naturalidad y entusiasmo se veía en ellas!, su carisma me impresionó “el amor”, hable con ellas, y después de unos meses me atreví lo manifesté a mis padres, fue durísimo para ellos, y yo era feliz, recuerdo que les decía: “mamá ni que me fuera a morir” ¿Por qué lloras?...Por su puesto a mí también me costo dejarlos, adaptarme a otro estilo de vida, pero Dios estaba a mi lado. Ahora soy Juniora, han surgido dudas, caídas, pero siempre le he dicho a Jesús el “Sí” que pronuncie en mi ingreso.
Ahora me digo ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho? Y solo brota de mis labios gracias Señor, por tu inmenso amor.










